Con la marca Malvinas en el pecho - Por Marianela Salvatierra.

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    Este es un trabajo presentado en el año 2006 por la Srta. Mariela Salvatierra cuando era estudiante de Periodismo Deportivo, que ha tenido la deferencia de donarlo para nuestra Biblioteca Digital. A pesar de los años transcurridos creemos que tiene plena vigencia, por ello lo publicamos como un pequeño homenaje a todos aquellos que dieron sus vidas, a los que lograron sobrevivir a quienes no deberíamos olvidar.
    25 años con la marca “Malvinas” en el pecho
    Marianela Salvatierra. 2° año “B”.  Periodismo deportivo. 25/08/2006.
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     La angustia y la melancolía se traspasan.
    Esos ojos con el brillo del recuerdo que cuando se habla de la Guerra de Malvinas tienden a soltar una lágrima. Esta historia apasiona a los que no olvidaron que hace 25 años Argentina estuvo en guerra. Aunque el interés debería ser masivo, debido a que hubo miles de jóvenes que defendieron los colores de esta Patria.
                 Y los que pudieron regresar con vida entraron por la puerta de atrás y a oscuras. Su decepción y el rechazo recibido son las peores cicatrices, las que duelen más. José Godoy es veterano de guerra. No tiene heridas exteriores, sólo internas; en su corazón. Se enteró un día antes que iba a desembarcar en Malvinas, debido a que el Gobierno de Facto, presidido por el Teniente General Leopoldo F. Galtieri, lo ordenó al estar próximos los 150 años de la toma de las islas por el gobierno británico. Lo premeditado era que luego del desembarco se iba a incurrir en la vía diplomática para recuperar la soberanía de las Islas Malvinas.

                 Los militares creyeron que podían alcanzar la unidad interna y la comunión con el pueblo mediante una guerra exterior victoriosa, que en 1978 fue evitada por mediación papal (conflicto con Chile por el Canal de Beagle). Sin embargo, estalló finalmente en 1982.

                 Godoy fue partícipe en el desembarco y estuvo involucrado en la guerra durante casi 70 días como miembro de la Fuerza Armada Argentina. Tiene muchos recuerdos de esos días, sin embargo, hay algunos que no se atreve a develar, o simplemente prefiere olvidar. Pero este hombre de unos 46 años, reivindica que también pasaban cosas buenas que nadie las menciona, por ejemplo, que muchos soldados dieron su vida por rescatar a un compañero o a un superior.

                 Godoy deja paso en el relato a José Sacur, otro veterano de guerra pero con una experiencia muy diferente. Él es náufrago del Crucero General Belgrano. Lleva en su rostro una tristeza particular, unos ojos melancólicos que demuestran más aún que sus palabras. El Crucero continúa navegando todavía en su memoria. Mientras fuma con ansias comienza a rememorar. La tarea del Belgrano iba a ser desempeñarse a la altura del Cabo Los Hornos y evitar el paso de los ingleses hacia Chile, y así este país trasandino no logre brindar su apoyo.

                 Sacur era uno de los 1.093 hombres que se trasladaban en el Crucero aquel 2 de Mayo de 1982 cuando alrededor de las 17 fue hundido por orden de la primera ministra británica, Margaret Tatcher, quien no aceptó el acuerdo diplomático. Sin importarle que el acorazado navegara fuera de la zona de exclusión establecida por el Reino Unido. El A.R.A Gral. Belgrano fue atacado por el submarino nuclear Conqueror.

                  En horas del mediodía el comandante había mandado al descanso a gran parte de su tripulación y sólo quedaban los “trozos” de guardia, entre los que se encontraba Sacur ubicado en la enfermería. Pasadas las 16, ellos sintieron el impacto de los dos torpedos. Uno encontró su destino en las máquinas de popa y a los cinco minutos, el otro dio en la proa.

                   En la popa se ubicaban los compartimientos donde estaban las camas y es por ello, que allí estuvieron la gran mayoría de los 323 muertos. Impactados, dormidos, asustados, ahogados. Los que sobrevivían tomaban posesión de su lugar en cada una de las balsas salvavidas. Se encontraban a la deriva. A la espera del rescate. Con frío porque estaban mojados y la temperatura rondaba los 10° bajo cero. En el agua era peor, 20° bajo cero y con olas que medían cerca de siete metros de alto. El viento no quería ser menos y soplaba a 100 KM por hora. En plena oscuridad. Y con una tristeza que les invadía el alma, pues ellos habían visto fallecidos a muchos de sus compañeros y temían que otros no se hallaran en las balsas.

                 José Sacur y sus compañeros permanecieron náufragos en esas aguas frías por 38 horas, cuando fueron rescatados por el barco Piedrabuena y llevados hasta Ushuaia. No sin antes tratar de hallar más sobrevivientes. Sólo en su balsa sobraban diez lugares. Diez vidas perdidas. Una vez que llegaron a tierra firme fueron trasladados a un hangar donde ya comienzan las primeras divisiones y la
    prohibición de hablar. De Ushuaia fueron transportados en un avión a Puerto Belgrano, nuevamente.

    Ahí empezó el sufrimiento.

                 El que duele más. El de la posguerra. Los llevaron al Campo Sarmiento, un lugar en la Base Naval, en donde funcionaba uno de los centros de reclutamiento del Servicio Militar. “Ahí sentí el primer abandono. Toda la plana mayor del barco y los superiores nos dejaron solos”, declaró Sacur. Los separaron por jerarquías José era Cabo Primero-, y les impusieron ejecutar el “orden cerrado” (movimientos vivos), que consta de hacer carrera a mar, cuerpo a tierra, salto arriba. Actividades padecidas y tortuosas. Nada bastaba, seguían castigando a esos chicos.

                 Por una cuestión de negación a ejercitar el “orden cerrado” se dictaminó que todos los pertenecientes al Crucero General Belgrano se tomasen licencia y para el resto, (como era el caso de Sacur) que se dirijan al destino impuesto antes. Cuando este hombre que ahora ronda los 50 años llegó a su lugar que era la Sanidad de Base, en la Base Naval de Puerto Belgrano, y empezó a cubrir el batallón de seguridad solicitó ser voluntario del Buque Hospital Almirante Irízar, porque hacían falta enfermeros. Pese a esto, se le niega el pedido y también el de ir a la zona de Comodoro Rivadavia, en donde arribaban la mayoría de los heridos que luego eran trasladados a distintos hospitales.

                 No se conformaba con haber rescatado a dos suboficiales en el Crucero, uno de ellos con una crisis asmática, sino que sentía que podía tratar de ayudar a otros necesitados.

                 Luego de algunos éxitos iniciales durante la guerra, las fuerzas nacionales fueron superadas. Los argentinos contaban con armas viejas o que no funcionaban, eran inexperimentados, padecían al extremo el hambre y el frío. Tanta era la carencia de alimentos que algunos salían a cazar ovejas o a suplicar comida a la casa de algún kelper.

                 Ellos padecían mientras que los galpones de reservas alimenticias estaban llenos. Todo lo contrario ocurría por el lado británico. En Puerto Belgrano, José Sacur siguió su carrera militar hasta 1986 cuando decidió pedir la baja. La situación le parecía intolerable. El abandono era fatídico por parte de todos. Del Gobierno de turno y de esa gente que los despidió alentándolos en la Plaza de Mayo y que luego los ignoró. Los trató como perdedores. Todo el sacrificio les parecía inútil. Hubo un acto, mas fue reprimido.

                Hasta la propia Fuerza los hizo regresar de noche y les prohibió que hablasen. Lo que más le preocupaba a José era su familia que estaba en Tucumán. Si bien él se contactó con su esposa y su pequeño hijo mediante una carta cuando estaba en Ushuaia, lo que ansiaba era avisarles a su madre y a sus hermanas que estaba bien. Ellas sólo estaban al tanto de que el Crucero había sido hundido. Cuando por fin llegó a su casa fue un alivio a tan fatídica espera. La posguerra, sin duda, para los ex combatientes fue mucho más dolorosa. Duele más el olvido que las secuelas de congelamiento. No se les otorgó ningún apoyo psicológico, y ésta es una de las principales causas de suicidios, que casi equipara el número de caídos en la guerra.

                Tanto José Godoy como José Sacur integran la Asociación Veteranos de Guerra del Atlántico Sur (A.Ve.G.A.S.), su trabajo es fundamental en el “Museo de las Malvinas” fundado el pasado 9 de Abril, que está situado en esta ciudad. Ellos desde hace un año brindan charlas explicativas en escuelas. Pero a pesar de estar acostumbrados, sus rostros se transforman. Sus corazones empiezan a latir con celeridad. Sus relatos se vuelven monólogos memoriales y emotivos, que cuando son interrumpidos tienden a perderse, pero pronto se sumergen y vuelven a retomar el hilo conductor. Sin duda, el observar trajes, armas, maquetas, fotos, cartas, y tantos otros objetos, a ambos les vuelve a la memoria vivencias ocurridas hace 25 años.

                 Les duele, les pesa, los emociona, los enorgullece. Es un antes y un después en sus vidas, y en las de tantos otros. Sin embargo, continúan sellados a fuego con la causa Malvinas. En esas tierras en las que imperó la guerra por 74 días perdieron la vida 649 argentinos. Héroes que ofrecieron su valentía y su honor. Muchos de sus amigos. Y por las que decidieron suicidarse casi 500 hombres al no encontrar otra escapatoria de los recuerdos de esa batalla. De ese averno que se iluminaba cada noche. De las pesadillas recurrentes y de los miedos invasores.

                No obstante, hay quienes tratan de que el recuerdo de esta cruenta guerra no se esfume. Y como manifestó José Godoy: “En 30 ó 40 años no va a haber más veteranos de guerra, ya que vamos a pasar a mejor vida, entonces es ahora cuando tenemos que contar, que recordar, para que las nuevas generaciones sepan quiénes fuimos”.

    Marianela Salvatierra - 2006

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